domingo, 6 de mayo de 2012

Blanca como la nieve, roja como la sangre; Alessandro D' Avenia


“Cada cosa tiene un color. Cada emoción tiene un color. El silencio es blanco. De hecho, el blanco es un color que no soporto: no tiene límites. Pasar una noche en blanco, quedarse en blanco, levantar bandera blanca, dejar el papel en blanco, tener el pelo blanco. Es más, el blanco ni siquiera es un color, como el silencio. No es nada. Una nada sin palabras o sin música. En silencio: en blanco.”
Italia, 2009: así comienza la conmovedora historia de Leo, un chico de diecisiete años. En primera persona y de una forma bastante original asistiremos al desarrollo de este adolescente durante un año de su vida: las clases, los compañeros del instituto, las relaciones con sus padres, que no le comprenden, el campeonato de fútbol con el equipo del colegio… No sabe quién será ni qué hará en un futuro, pero si algo ha tenido siempre claro es que para él todas las emociones tienen un color. El blanco es el color que más teme, porque simboliza la ausencia, la tristeza y la pérdida. El azul, en cambio, es el color de los amigos de verdad. Y el amor es rojo, como la sangre, como el cabello de Beatrice, la chica de la que está secretamente enamorado.
Dos acontecimientos van a obligar a Leo a redefinir sus ideas y su conducta. En primer lugar, la llegada de “El Soñador”, un profesor nuevo de filosofía y de historia, quien, al hilo de sus clases, consigue que sus alumnos se planteen preguntas sobre la vida y sobre la posibilidad (o imposibilidad) de conseguir sus propios sueños. El sueño de Leo se llama Beatrice. Cuando descubre que la chica está gravemente enferma (y que su enfermedad está relacionada con ese blanco que tanto teme) deberá aprovechar al máximo el tiempo que pueda compartir con ella y buscar dentro de sí mismo para descubrir el verdadero significado del sufrimiento y de la pérdida, que aunque suene paradójico, también conlleva encuentro.


"- Eso es todo. Ese día mi abuelo me explicó que nosotros somos distintos de los animales, que solo hacen lo que su naturaleza les dicta. En cambio, nosotros somos libres. Es el mayor don que hemos recibido. Gracias a la libertad podemos convertirnos en algo distinto de lo que somos. La libertad nos permite soñar y los sueños son la sangre de nuestra vida, aunque a veces cuestan algún azote y un largo viaje. <<Jamás renuncies a tus sueños. Nunca tengas miedo de soñar, por mucho que los demás se rían de ti>>, eso me dijo mi abuelo, <<pues si lo haces renunciarías a ser tú mismo>>. Aún recuerdo los ojos brillantes con que subrayó sus palabras."
                                                                       _________

"Esta es la respuesta. Incinerar los sueños. Quemar los sueños es el secreto para abatir definitivamente a nuestros enemigos, de modo que ya no tengan fuerzas para levantarse y continuar. Para que no sueñen con las cosas hermosas de su ciudad, con las vidas ajenas; para que no sueñen con los relatos de los demás, tan llenos de libertad y amor. Para que no sueñen con nada. Si a la gente no le permites soñar, la esclavizas. Y yo, saqueador de ciudades, solo necesito esclavos para reinar tranquilo y sin que me molesten. Y así ya no quedarán más palabras. Solo blanca ceniza de los sueños antiguos. Esta es la destrucción más cruel: robar los sueños a la gente. Campo de concentración lleno de hombres calcinados con sus sueños. Nazis ladrones de sueños. Cuando no tienes sueños, se los robas a los demás para que ellos tampoco los tengan. La envidia te quema el corazón y ese fuego lo devora todo..."

"Blanca como la nieve, roja como la sangre", Alessandro D'Avenia.

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